Bienvenidos a este nuevo blog creado para la clase de Religión.
María
Reflexion
Salto tras salto, aparentemente cada uno a su ritmo, construyendo la historia del mundo que gira y gira armónicamente. Podemos saltar más despacio o más deprisa, pero lo importante es saltar correctamente, no cansarse, seguir intentándolo. Porque en realidad todos giramos al mismo ritmo que marca la ley del Universo. Saltamos y avanzamos hacia lo infinito, allí, donde el Padre nos espera con los brazos abiertos
La cesta de los sueños
El abuelo Marcus pasaba las tardes ante la puerta de su casa
fabricando cestas de mimbre. Era el artesano más famoso de la comarca; trenzaba
los juncos haciendo formas bellísimas y las decoraba con dibujos y colores
impresionantes. Venían de todas partes para comprar sus cestas. Uno de los
modelos más fascinantes era la Cesta de los Sueños.
Marcus contaba que hace unos años había vendido tres cestas
de los sueños. A los tres compradores les dio también una planta y una
lamparilla de aceite y les dijo: Si todos los días sopláis sobre la cesta
vuestro deseo, procuráis que lámpara no se apague y cuidáis de la planta, hasta
que se llene de flores blancas veréis cumplido vuestro sueño.
El primer comprador llegó a su casa y contó a su esposa lo
que el anciano Marcus le había relatado. Su esposa se burló de el diciéndole
que era el hombre más necio del mundo y que creía en todas las paparruchas que
le contaban, y cogiendo la cesta con grandes aspavientos y le dijo:
-
¡Toma! Ve a llenar la cesta con
las manzanas del huerto; y así seréis más útiles tú y la cesta.
Otro de los compradores llegó con la cesta a su casa y la
colgó en su cuarto, encendió la lámpara de aceite y puso La planta en la
ventana. Pensó en su deseo un buen rato y decidió que lo mejor sería soplar
sobre la cesta diciendo:
-
¡Quiero ser rico!.
Así lo hizo y se
sentó a esperar. Estuvo sentado días frente a la cesta, regando de vez en
cuando la planta atendiendo la lámpara de aceite y soplando su deseo en la
cesta.
Pasó un mes y decidió
que estaba cansado de esperar y que probablemente el anciano Marcus estaba
chiflado. Cogió la cesta y salió a coger setas al bosque y se olvidó de su
sueño para siempre.
La otra persona a la que Marcus vendió la cesta era una
joven llamada Dina. La joven colocó su cesta en el rincón mas bello de su casa ,
colgó al lado la lámpara de aceite y puso la planta en el alfeizar de la
ventana . Puso aceite en la lámpara y encendió la mecha. Su lámpara permanecía
siempre encendida y su planta cuidada con esmero, regada y abonada con cariño
hasta hacerse enorme y ser trasplantada al jardín donde terminó convirtiéndose
en un gran arbusto. Todos los días soplaba sobre su cesta su gran deseo:
-
¡Quiero ser feliz!
Pasó el tiempo y debió cumplirse su deseo porque una mañana
el arbusto del jardín apareció cubierto de flores blancas. Dina supo que había
llegado el momento de su marcha. Dejó la lámpara al cuidado de su madre, tomó
la cesta y su equipaje y marchó a la ciudad para iniciar una nueva etapa.
Trascurrieron varios años y regresó con la felicidad pintada en su rostro:
¡Había cumplido su sueño!. Era enfermera en un hospital de la ciudad y su
trabajo la hacía muy feliz, aunque realmente había sido feliz siempre, desde el
día en que Marcus le dio la cesta de los sueños.
Antes de partir de nuevo para la ciudad, a seguir cumpliendo
con su trabajo, Dina visitó a Marcus, le contó su historia y le regalo la cesta,
en la cual había guardado sus sueños con paciencia y perseverancia.
El anciano Marcus sigue recibiendo de vez en cuando alguna
cesta, con la historia de un sueño cumplido en su interior. El las coloca todas
en un estante junto con la historia de Dina
y de vez en cuando le cuenta sus historias a algún visitante.
El sueño de Dina siguió creciendo y un día sintió en su
interior el deseo de acudir en auxilio de los hombres y mujeres en cualquier rincón
del mundo
(Dedicado a todos aquellos que persiguiendo su sueño dan la vida por los demás)
Cada piedra tiene una
historia: unas proceden de los ríos, ellas rodaron muchos años en las
corrientes. Otras fueron cantos que bajaron por las pendientes de las montañas.
Otras fueron extraídas directamente de las canteras. Todas ellas son diferentes,
pero nos sirven para construir. Podríamos construir un puente y para ello
tendríamos que ajustarlas, limarlas, cortarlas y unirlas.
Nosotros como las piedras
también somos diferentes, pero tenemos cosas en común que nos unen como la
alegría y la amistad. Si sabemos trabajar juntos, ceder en algunas ocasiones,
adaptarnos a los demás, perdonar y convivir en paz haremos cosas grandes y
podremos construir EL PUENTE DE LA FRATERNIDAD. (Samara)
(Kriszta)
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